"De repente se oyó el ruido
de cadenas que se estiraban y soltaban,
de redes rotas. Y de un salto se lanzó
sobre la sombra de lobo que reptaba
la sombra del leal Felagund,
ajeno a cuchillo o a la herida mortal.
En la penumbra lucharon largamente,
despiadados, gruñendo, de aquí para allá,
dientes en la carne, garras en la gargantas,
los dedos hundidos en el pelaje hirsuto,
pisoteando a Beren que yacía allí,
oyó al licántropo jadear, morir.
Entonces le llegó una voz : "¡Adiós!
Ya no necesito morar en la tierra,
amigo y camarada Beren,
Mi corazón ha estallado, mis piernas están frías.
Aquí he agotado todas mis fuerzas
en romper las cadenas, y un terrible desgarro
de envenenados dientes hay en mi pecho.
Ahora tengo que partir a mi largo reposo
bajo Timbrenting, en estancias intemporales
donde los Dioses beben, donde la luz se precipita
sobre el mar refulgente". Así murió el rey,
tal como aun cantan los bardos élficos."
Beren y Luthien.
Mérito de la imagen a Elena Kukanova.
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